A la espera de las decisiones del Gobierno de Andalucía sobre las nuevas restricciones horarias y posible cierre de la hostelería como panacea en la lucha contra el COVID-19, no tengo más remedio que salir en defensa de los perjudicamos y, sobre todo, en defensa de mis paisanos que viven de su trabajo en tabernas, bares y restaurantes.
Carmona nunca fue ciudad afortunada en materia empresarial que destinara recursos suficientes para un despegue industrial relacionado con su única fuente de riqueza: la tierra. Aquello de “el campo para el que lo trabaja” quedó en los anales del desesperado grito revolucionario y proyectos de reformas agrarias que acabaron
con la fuerza jornalera a base de subsidios; para unos, de supervivencia y, para otros, de acomodo con las cercanas políticas agrarias comunitarias. En este contexto, el gremio de la hostelería fue un sector económico de Carmona que mantuvo unos niveles potentes en puestos de trabajo, no ya en las postrimerías de los siglos XIX y durante todo el XX, sino desde centurias anteriores, donde dejó constancia de su fortaleza social incluso en los oficios de corpus.
Mesoneros, taberneros, toneleros, bodegueros, alambiqueros, boteros, cuberos, tinajeros, vinateros, venteros… A base de pañete, de muchas horas de trabajo, de padecimientos varicosos, de alcoholismo camuflado… y de tiza en la oreja, los camareros, tanto el de perfil empresario como el de currante asalariado, marcaron a esta ciudad con etiqueta especial. Hoy no es concebible una Carmona sin veladores en la Plaza de Arriba, en el Paseo del Estatuto o en cualquier rincón que se precie como punto de encuentro, desde el Postigo a la Carretera Vieja.
Una Carmona que se hizo así misma no sólo en el casco urbano, sino en todo el término, con nombres célebres y tan nuestros como: el ventorro del Portazgo, el ventorrillo del Manco, el de Fabián, la venta del Maricón, del Serrano, La Portuguesa...
Dejar morir la hostelería de Carmona es dejarse amputar, no una parte del cuerpo, sino del alma. Y si esto ocurre por desgracia, podemos ir haciéndonos a la idea de otra Carmona en la que la alegría de sus calles será un mero recuerdo de postales en blanco y negro como las que hoy nos ofrecen diversos muros. Esta nueva ciudad la estamos asumiendo sin decir ni pío. Una ciudad robot donde te llevan la comida a casa, la ropa y hasta el último capricho, donde te acompaña la pantalla, sea en gigante de salón o en miniatura de móvil. Son las que te ofrecen lo mejor de lo mejor del mundo a cambio de postergar el
encuentro con tu vecino del barrio, tu nuevo amigo o paisano próximo.
El bar, la taberna, el pub, la cafetería… deben de ser objetos de especial sensibilidad para nuestros gobernantes, si no quieren convertirse ellos mismos -si no lo son ya- en una pestaña más de la barra tecnológica que, tarde o temprano, los devorarán sin piedad. A los profesionales de la hostelería, aquellos que llevan toda una vida tras la otra barra y frente a los veladores, no los podemos dejar solos y en su extinción por la llegada de un virus, del que dicen tiene el campo de batalla en su medio de trabajo. Me niego a creer -y no me considero negacionista ante la pandemia- que haya que enterrar al gremio en su conjunto y, como consecuencia, a sus trabajadores para salvar a la sociedad. A mi corto entender, hay algo más que un problema de salud: la tendencia hacia un nuevo orden social en la que las relaciones humanas a través de la Hostelería no interesan, porque la tertulia, la crítica en grupo y hasta pensar acompañados de un café, una copa y buena música puede ser subversivo.
El joven cineasta, Mateo Cabeza Rodríguez, de profundas raíces familiares en Carmona, da un paso de gigante en su carrera cinematográfica con un documental cortometraje seleccionado para competir para los premios Goya. "Paraiso" es una obra de arte realizada en una habitación del Hospital Infantil Virgen del Rocío de Sevilla.
Según la OMS, lavarse las manos puede ayudarnos a prevernir hasta 200 enfermedades.
Un gesto tan sencillo y que muchas veces olvidamos, como es lavarse las manos, puede ayudarnos a tener mejor salud
Nuestras abuelas y abuelos han superado una Guerra Civil, la hambruna posterior, han vivido en su mayoría lo que significa una dictadura, han peleado por nuestros derechos, han trabajado duramente para que ahora tengamos las comodidades y el bienestar del que disfrutamos, nos han criado…han sido nuestros héroes y ahora les toca pagar una factura demasiado alta con el virus del COVID-19.
Y es que hoy hace dos años que entré en un quirofano para comenzar a ganarle la batalla al cáncer. A la misma hora que escribo estas líneas, el Doctor Javier Valdés, cirujano del Hospital Virgen Macarena, estaba operándome junto con su equipo. Después de siete horas en el quirófano, una ileostomía y casi dos días vigilado en la sala especial postoperatoria, me trasladaron a mi habitación en la tercera planta del hospital donde me esperaba mi famila, llegué que casi no podía moverme y con el cuerpo "cortado" como le dije a la enfermera, quien me contestó con todo su arte, "no vas a traer el cuerpo cortado si te acaban de operar.....
"De momento, soplo velas y le hago partícipe de uno de los párrafos del primer artículo escrito a finales del verano septembrino de 2002 y que hoy sigue vigente como aclaración del porqué del Matacán: «Sobre lo alto de la Puerta de Sevilla reclama la atención de cuantos reparan en observar el Alcázar de Abajo...."
Personas sencillas de nuestro pueblo como Esther, Cristina, Mari, Ana, José Manuel, Macu, Manoli, Pili, Fran, Antonio, Loli, Mancera, Isa, Olalli, Pepe, Montse, menta y lavanda (la llamo así porque es como aparece en su perfil de wasap), Mi amiga Gertrudis (que las está cosiendo por mí, al haberme cortado un dedo y no poder hacerlo yo) y a nuestra Concejala de Educación, formación y empleo Angélica Alonso y su compañera María José CastejónConcejala de Servicios Sociales e Igualdad.
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